lunes, 25 de abril de 2011

¡Cierra los ojos!

Cuando mis amigas o mis peques me oyen decir esta frase ya saben lo que se les viene encima: les voy a rociar toda la cara con mi bruma de Avène. Me aficioné a ella hace ya unos pocos años, durante un viaje organizado por Italia, cruzándola de cabo a rabo en un autocar sin aire acondicionado en pleno mes de agosto ¡me moría de calor! Por suerte, vi de refilón un bote en el escaparate de una farmacia y se me hizo la luz ¡era la solución a mi agobio!

Así que, spray en mano, desde entonces sobrellevo mucho mejor los veranos. La verdad es que para mi es una auténtica gozada el darme un flus por toda la cara, los brazos y el escote cuando estoy medio achicharrada. Me encanta, sobre todo, el pequeñísimo sobresalto que se siente cuando las primeras gotas fresquitas tocan la piel, y la sensación de relax cuando sigues pulverizando y te inundas toda la cara de una capa de agua casi imperceptible.


Lo que suelo hacer, para que esté aún más fresquita, es tener un bote en la nevera, y cogerlo justo cuando voy a salir de casa. Si es para mí sola, lo llevo de bolsillo, pequeñito y ligero, para que no me pese aún más ese saco que llevo por bolso. Y si nos vamos a juntar varios, ya me cojo el tamaño familiar ¡que no falte!


La verdad es que las brumas de agua termal son mucho más que un toquecillo refrescante. Aportan ese extra de hidratación a la piel que tanto se necesita en los momentos de más calor, pero sobretodo oligoelementos esenciales para la piel. Además, se puede poner incluso encima del maquillaje (yo siempre voy pintada como una puerta y no dejo de usarla...) Eso sí, dejando que el agua se vaya evaporando poco a poco por sí solo, no restregándolo por toda la cara.


Además de la de Avéne, hay muchas brumas entre las que elegir; casi todas ellas las puedes encontrar en cualquier farmacia o parafarmacia. A mi me encantan también el Eau de Raisine de Caudalie, basada en el mundo de la vinoterapia, y Uriage.

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