martes, 27 de marzo de 2012

Detalles que marcan la diferencia

Una de las mejores cosas que tiene el trabajar como periodista de belleza es que tienes la oportunidad de probar muchos tratamientos, tanto de cara como de cuerpo, en tu propia piel. Eso, evidentemente, tiene la ventaja de que estás al tanto de las últimas novedades, conoces los centros más punteros y te cuidan las manos más experimentadas que pueda haber, aunque a veces eso de convertir tu piel (o tu pelo) en un banco de pruebas tiene sus riesgos...  Pero de eso ya hablaré más adelante.

Reconozco que tengo una manía: intento fijarme en esos pequeños detalles que hace que un sitio sea diferente, especial, para poder recomendarlo  en mis reportajes. Por ejemplo, tumbarte en una camilla calentita, cubierta con una toalla, es un auténtico gusto, sobre todo si es en plena ola de frío como la que hemos pasado hace nada. También agradezco mucho que hayan encendido una barrita de incienso o hayan puesto algún ambientador suavecito, para que la cabina no huela a crema pura y dura. Y otra cosa que me encanta es que me den un masaje en los pies o en las manos mientras la mascarilla facial va haciendo efecto (me resulta un poco triste y aburrido que me abandonen ahí, a mi suerte, en la camilla, sin moverme, con los ojos cerrados, oyendo música clásica y sin querer dormirme, que es lo que realmente me apetece en ese momento...). O que me ofrezcan un té o un café al terminar, para que no sea tan duro volver a la cruda realidad.

Uno de los sitios en los que más he disfrutado últimamente se llama Pañpuri Organic Spa (91 576 72 63). Es un spa con todo tipo de tratamientos y masajes asiáticos donde utilizan siempre productos totalmente orgánicos, con una decoración preciosa, muy cuidada, y donde te miman hasta el extremo. Sólo un detalle, que puede parecer simple pero que me conquistó: cuando te tumbas boca abajo en la camilla, para recibir el masaje que has elegido (por cierto, antes te han lavado los pies y te han dado otro masaje súper relajante, para que vayas preparando el cuerpo...), tienes que colocar la cara en un pequeño orificio (al principio quizá te choca, pero es mucho más cómodo, porque no tienes que tener la cabeza ni el cuello retorcido al estar tumbada, y los brazos también se relajan más). Y, una vez colocada, cuando abres los ojos ¡está la sorpresa! En vez de contemplar el duro y frío suelo, lo que ves es un cuenco lleno de flores. Así de sencillo. Y así de especial.

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